Cuando yo era niño, muy niño, ya me llevaban al cine REAL a ver dibujitos.
Por mi podía pasar horas allí. Luego descubrí las películas. Y las quise ver
todas, pero no pude.
Algo de ese útero oscuro, de esa puerta de escape a dimensiones extrañas,
que me transformaba en otro y me hacia vivir otras realidades, marcó mi vida
para siempre. Y, fiel a mi mismo, quedé pegado.
Sin darme mucha cuenta, crecí, estudie, me hice actor, y finalmente estuve
en películas. Pero algo no cerraba, no alcanzaba. No quería sentarme a una
mesa y sólo disfrutar de un rico plato, quería comprar las zanahorias, picar
el ajo y el perejil muy chiquito, engrasarme las manos salando la carne,
elegir platos, copas, abrir el vino y prender las velas.
Así que en lugar de hacerme chef, empecé a trabajar en cine. Hice
producción, dirección, guión, sonido, FX, montaje, post... hice de todo y
descubrí que era eso lo que quería: hacer películas.
En Sangre del pacífico “piqué el perejil”. Y aunque yo hubiera trabajado en
otras películas, esta era diferente, esta tenia un olor mas personal. La
sentía desde otro lado. Mucho mas cercano. Tan cercano y familiar como para
permitirme hasta dudar de trabajar en ella. Casi una insolencia. Pero las
cosas tienen su propio peso y la moneda terminó cayendo. En este punto debo
reconocer y agradecer la inteligente paciencia de nuestro querido Boy,
hermano Olmi, que supo manejar neuras y tiempos, hasta que no pude dejar de
ver lo que tenia frente a mis narices.
Y nos fuimos a Uruguay, de guerrilla con dos súper 8.
Y todo comenzó.
Y finalmente, hice de todo
Sangre del pacífico.
Sangre del pacífico.
Lo repito y lo escucho resonar en las quijadas.
Sangre del pacíficooooo…...
Gracias a todos
Flesca
El hombre bolo
